18 de enero de 2012

A propósito de la instrucción pública II. La práctica política

Mi última entrada en el blog se refirió a aspectos teóricos de la educación en el siglo XVIII. Empleando como paradigma a Jovellanos traté de esbozar algunas de las ideas más características del pensamiento ilustrado en lo referente a la cuestión de la instrucción. En este sentido me parece interesante que mi siguiente entrada se refiera a algún aspecto práctico de la instrucción en el siglo XVIII. En este sentido me centro en los aspectos que para mí resultan más interesantes que son los relativos a la enseñanza de las primeras letras.

Puede decirse que la enseñanza de las primeras letras fue un asunto que preocupó bastante en el siglo XVIII, si bien en la práctica el reformismo estatal fue escaso. Así, no hubo un plan general de reformas aunque si nos encontramos con abundante legislación y se reformaron algunos aspectos concretos. De modo que el interés por la enseñanza de las primeras letras se manifestó más en la legislación, en las encuestas y estadísticas y en la promoción e impulso de actividades ajenas como las de las sociedades económicas o las de las juntas de caridad creadas siguiendo el modelo de la madrileña.

Solo excepcionalmente se pusieron en marcha iniciativas propias y el mejor ejemplo son las ocho escuelas reales creadas en Madrid en 1791. En ese año Carlos IV, siguiendo la voluntad de su padre, crea esas “escuelas reales” que eran ocho, una por cada cuartel del Madrid de la época. Se trataba de escuelas gratuitas, sostenidas por la Corona, que recibían alumnos pobres enviados por las Diputaciones de Caridad.

Esas Diputaciones de Caridad articulaban en Madrid la Real Junta General de Caridad creada por Real Cédula de 30 de marzo de 1778 y dedicada al cuidado social de los menesterosos. Estas Diputaciones fueron las que iniciaron la apertura de escuelas gratuitas de niños y niñas en los diferentes barrios de Madrid con el objetivo de que dejaran de vagabundear y de proporcionarles una formación para poder ejercer algún oficio. Las escuelas de niños y las de niñas fueron proliferando y fueron aumentando sus alumnos. En 1791 la Junta de Caridad nombró un inspector para controlar y uniformar la labor de las escuelas, que recibía el nombre de “Celador”.

El origen de estas ocho “escuelas reales” para niños es doble. Por un lado deriva de la necesidad de los hijos de los criados de la Real Casa de tener un mismo maestro y un mismo método en los desplazamientos que periódicamente hacía la Corte a lo largo del año y, por otro, de la decisión del Conde de Floridablanca de poner en marcha una reforma de la educación en toda España, empezando por Madrid, en la que tendrá un papel fundamental la elaboración de un nuevo método para enseñar a escribir por parte de Joseph de Anduaga y Garimberti.

En cuanto al segundo aspecto, se puso a disposición de Anduaga en 1780 la Escuela del Real Sitio de San Ildefonso para que ensayara su método. Al año siguiente Anduaga publica el Arte de escribir por reglas y sin muestras. Los avances de la experiencia de San Ildefonso llevaron a que en 1786 se creara una “Academia particular de profesores de primeras letras” y una Escuela de niños de la Real Casa. La Academia se inserta en la lógica de la dignificación del maestro. Para Anduaga uno de los objetivos primordiales era esta dignificación del maestro, ya que contaba con una escasa estima social. Esta escasa estima y la también escasa remuneración hacían que los maestros tuvieran una formación deficiente. Así, esa rehabilitación de los maestros pasaba por una mejor formación. Al perder Floridablanca el poder en 1792 la Academia perdió también sus posibilidades pero dejó un importante legado: sus estatutos y, sobre todo, el Reglamento de escuelas de primeras letras, un texto pedagógico y renovador basado en los métodos de la Escuela de San Ildefonso.

Por Real Orden se crea en 1788 la Escuela de la Real Comitiva a cuyo frente se coloca a Juan Rubio, maestro de la Escuela de San Ildefonso al que se le había encargado, junto a otros colegas, elaborar un método siguiendo las propuestas de Anduaga. Cuando la Escuela estuviera en Madrid habría de ocupar los locales de una casa que fue de los jesuitas y recibiría el nombre de Escuela de San Isidro, la cual se convierte en modelo a partir de entonces de todas las escuelas que siguieran el método de Rubio.

Finalmente, en 1791 se crearon las ocho Escuelas Reales, de claro carácter innovador que llevaron a la práctica las reformas iniciadas por el movimiento de San Ildefonso. Este plan de reforma alcanzó una notable difusión: difusión nacional (Andalucía, Canarias, Castilla, La Mancha, Cataluña, Cantabria, Extremadura y Madrid) y difusión internacional en algunos países de América.

Así, aunque en el siglo XVIII no se puso en marcha ninguna reforma global de la educación, si que hubo algunos intentos de reforma en la dirección de solucionar los problemas que la educación, y en concreto las primeras letras, arrastraba mediante una uniformización y mejora del método.

BIBLIOGRAFÍA

DELGADO CRIADO, Buenaventura (coord.): Historia de la educación en España y América. Vol. 3. La educación en la España Moderna (siglos XVI-XVIII), Madrid, Ediciones SM, 1993

RUIZ BERRIO, Julio: “Maestros y escuelas de Madrid en el Antiguo Régimen” en Cuadernos de Historia Moderna. Anejo III, Universidad Complutense de Madrid, 2004, pp. 113-135

- “Reformas de la enseñanza primaria en la España del despotismo ilustrado: la reforma desde las aulas.” en L’enseignement primaire en Espagne et en Amerique latine du XVIII siecle a nos jours, Tours, Université de Tours, 1986, pp. 3-16

VIÑAO FRAGO, Antonio: “Las reformas de la Ilustración: proyectos y realidades, obstáculos y resistencias” en Simposium Internacional sobre Educación e Ilustración: dos siglos de reformas en la enseñanza, Ministerio de Educación y Ciencia, 1988, pp. 371-403



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